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En general, los chicos que nos rodean cuestionan que la Xbox que usan es de la versión anterior, o que el jean que tienen no es el que está de moda desde hace tres meses. Pero todos sabemos que hay también otros chicos, para los cuales tener un libro resulta un lujo, y un cuaderno nuevo un motivo de felicidad. Para ellos, usar un delantal blanco el 9 de Julio representa todavía un orgullo. Y consideran que “Paco” es sólo un sobrenombre, y su maestro es todavía una persona que se respeta y enseña cosas importantes.
Pero estos chicos y sus maestros no están alrededor de Buenos Aires, ni de otras grandes ciudades. Se encuentran en parajes lejanos y anónimos, donde las visitas de algunas autoridades se hace solo en tiempos de elecciones, y para una foto en el diario.
Chicos que deben hacer a lomo de caballo dos o tres horas para llegar el lunes temprano a la escuela, y vuelven a sus casas el viernes. Sus maestros son quienes tantas veces deben ir a buscar al médico superando caminos intransitables. En la semana la escuela es su hogar, donde hay personas dedicadas que en sus cocinas preparan con un amor infinito la comida pensando que están dando de comer a su propia familia. Muchas veces utilizando lo que ellos mismos cultivan en su propia huerta.
Para ellos es más útil aprender a trenzar cuero, preparar conservas, y hacer una silla en la carpintería de la escuela, que enhebrar botones para hacer un collar.